jueves, 6 de octubre de 2016

LA PARÁBOLA DE LOS TALENTOS


Cuando era niña escuché muchas veces la parábola de los talentos… Esa que habla de las monedas de oro que Dios le da a tres personas y una de ellas la guardó para no perderla y se la devolvió igualita, la otra se la gastó, y la última fue la única que la trabajó y la hizo producir.

La entendí siempre desde el ámbito material o laboral, pero desde el punto de vista de madre esta parábola tiene un significado muy especial y hoy, salta a mí por varias situaciones que he vivido en los últimos meses y que tuve la suerte de poder observar y disfrutar.

Siempre he pensado que mis hijos, al igual que las monedas, son prestados.  Que se me han dado dos tesoros (y ahora uno más que viene en camino), que debo de cuidar y amar; pero eso no es todo.  Tengo que hacer de ellos las mejores personas del mundo y devolverle a Dios tres almas buenas y llenas de virtudes.  No puedo hacer como uno de los personajes del cuento y solo cuidar que no les pase nada y no producir nada de ellos, ni en ellos.  Entonces, devolvería pura carcaza, algo vacío y sin vida.  Tampoco puedo hacer como el que se lo gastó todo y no tomarme mi papel en serio y permitirles, a cuenta de que sean felices, hacer lo que les de la gana para que se gasten y se pierdan en el camino.  Mi deber es hacerlos productivos.

Nadie nos enseña a ser padres y menos nos advierten que cada hijo es diferente, prácticamente, uno es madre primeriza cada vez que tiene un hijo nuevo.  El baño, los horarios de comida, llevarlos al colegio y vestirlos, obviamente son cosas que se repiten con todos, pero hacerlos buenas personas es una tarea individual, puesto que cada uno tiene sus características, sus defectos, sus virtudes, su manera de ver las cosas y comprenderlas.  Sin embargo, los valores a inculcar si pueden ser compartidos.  El corazón y el alma que hay que enriquecer necesitan el mismo alimento.

Seguramente habrá quien anteponga un valor frente a otro, considerando qué es lo mejor para su hijo.  Es válido.  Yo tengo mi propio orden de las cosas y es así como los he educado y pienso seguir.  Yo respondo por lo mío, que cada uno responda por lo suyo. 
A estas enseñanzas se suman circunstancias de la vida que le toca vivir a cada familia de manera única, que también aportan en esa formación.  Episodios tristes o alegres, que forman parte de la historia de cada individuo.

Tengo un hijo de 15, otro de 10 y uno por nacer.  Con los dos primeros, estoy en la colocación de los cimientos sobre los que se están construyendo, con el último todo está por construir; pero en los 3 casos, espero que el título que alcancen sea el de “hombres de bien”, después de eso, que tengan la profesión que quieran ¿de qué serviría un hijo doctor si es una mala persona? o un abogado o arquitecto, si trata a la gente como poca cosa y se cree el rey del mundo…  de nada.

Tengo la obligación de devolver a la sociedad productos buenos, que aporten, que enriquezcan al mundo, ese mundo del que solo nos quejamos por lo degradante que está y no vemos lo que estamos formando en casa.  No, me niego a ser una persona que luego de quejarse de que hay personas malas; hombres que tratan mal a las mujeres y viceversa; gente mal agradecida, despreocupada, inmisericorde, entre otras cosas, tenga el acierto de aportar con 3 más idiotas que los anteriores.  

Mis hijos no son perfectos, pero han pasado algunos episodios en estos últimos meses que me hacen sentir que estoy por un camino adecuado, “mi” camino adecuado.  Escuchar que hablen tan bien de la forma de ser de un hijo, de su corazón, de su solidaridad, de su buen don de gente (en circunstancias diarias, no extraordinarias) llena el alma.  Que traten a su madre con una preocupación extrema ahora que está embarazada y que ha tenido que estar en cama, es maravilloso… me han dado un trato de princesa y sobretodo, me han demostrado una comprensión a mi proceso que merece aplausos y que no vi, ni recibí, de adultos “formados”.  

Se que no tengo razón para cantar victoria aún y se que me falta mucho camino por recorrer, pero de vez en cuando vale la pena estar atenta a estos momentos de satisfacción para sonreír, para darse un par de palmadas en la espalda y tomar aliento para continuar con nuestra producción.

Devolvamos a la sociedad esa clase de gente que tanto nos quejamos que casi no hay, esa clase de hombre o mujer que tanto se añora para encontrar la felicidad.  Es nuestro deber hacer producir esas monedas y no regresar a su Dueño real, monedas con pérdidas o saldos en rojo.

La parábola de los talentos tiene todo que ver con nuestra labor de padres.  Habla de la riqueza del alma, del espíritu y de nuestra responsabilidad de hacer producir el alma pura que se nos dio.  Esa es nuestra ganancia.








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