La semana pasada me
pasó algo gracioso, estaba manejando en una avenida de doble vía, (un carril
para cada lado) que tiene mucho tráfico, especialmente, en horas de entrada y
salida de estudiantes del colegio y la universidad que hay sobre esa calle. Venía tranquilamente por mi carril y como estábamos parados, decidí
ver mi celular para poner una canción, repito, estábamos parados en el tráfico. De pronto, una señora me pita
insistentemente, muy insistentemente y con puras señas me reta para que no use
el celular. Lo gracioso del caso es que
mientras ella me pegaba gritos de lo que “no se debe hacer” ella me rebasaba
por la derecha y hacía doble fila donde no se puede. Yo al principio no entendí que le pasaba,
luego de recibir semejante retada, me puse a pensar… ¿que le pasa? Se pone histérica por que según ella estoy
usando el celular -cosa que no era cierta, estaba poniendo música mientras el
carro estaba parado- y ¿no se da cuenta que es ella quién infringe la ley? ¿Cómo alguien puede ser tan osado de casi
insultar a otra persona por algo que “no se debe hacer” mientras ella misma comete
una falta?
¡Es que este mundo
esta lleno de gente así!! ¡Puro moralista! Es más fácil ver los errores del
resto, hasta enojarte, dar cátedra de lo que se debe o no hacer, de lo correcto
o incorrecto y jamás te pones a ver los errores que cometes.
Pasamos mucho tiempo
preocupándonos por lo mal que actúa el resto o por lo que no hacen y deberían
(según nuestro sabio criterio, claro está) y nos peleamos, ¡hasta nos amargamos!
por que las personas no piensan como nosotros… por que están “equivocados”.
Cuántas situaciones
no se mejorarían si paráramos a ver nuestros errores primero y nos
preocupáramos por corregirlos. Hay muchas
causas justas en el mundo que por la intolerancia y la falta de humildad de
quienes la lideran, pierden su objetivo y terminan en guerras, en rompimientos,
en distanciamientos, en muerte.
Cuánto ganara la
sociedad si primero nos preocupáramos por trabajar en nosotros mismos, dando
tal vez, una mínima opción, una posibilidad, de que el otro tiene algo, tal vez
algo, de razón en lo que dice o piensa.
Preguntando primero, antes de dar por sentado que el otro es un imbécil
y hace todo mal, aceptando que puede haber otra forma de hacer las cosas, de
sentirlas, de percibirlas, de hacerlas. Además,
que haciendo bien lo que nos corresponde aportaríamos con quienes nos
rodea: familia, trabajo, congregación, etc., logrando un
fenómeno de expansión, contribuyendo a que la sociedad sea mejor, siendo parte
activa de este gran engranaje.
¡Y es que tenemos
tanto que hacer de nuestras narices para adentro! Pero no, es más fácil ver la
paja en el ojo ajeno.
Así, por ejemplo,
esa señora que pito insistentemente tratando de corregir en mi algo que según
ella estaba haciendo mal yo, se hubiese preocupado mejor por no hacer doble
fila, por ella no infringir la ley, para luego, pretender meterse en la vida
del otro. Así también, nos preocuparíamos
por educar a nuestros hijos bien y no ver lo malcriados que son los hijos del
resto.
Nos preocupáramos
por trabajar en nuestro matrimonio y no en corregir el compromiso de la otra
persona.
Los gobiernos se
preocuparían más por la responsabilidad adquirida, que por insultar o minimizar el trabajo de sus
opositores y antecesores.
Quienes tienen a su
cargo la enseñanza de la fe se preocuparan por predicar la palabra de Dios y
así convertir al mundo, sin necesidad de hacer señalizaciones o usar adjetivos
inmisericordes, como ha ocurrido en algunas ocasiones.
No perdamos el
horizonte, que seamos buenos en algo no quiere decir que no tenemos nada más en
que trabajar o que tenemos la autoridad para ir por el mundo dando cátedras de
moral.
Es difícil, pero la
idea es tratar. Dejar de buscar
culpables y a quienes volcar nuestro complejo de maestros.
Intentar hacer bien
nuestra parte para luego pretender moralizar al otro.
Por lo menos yo, creo
que vale la pena el experimento.
Quien no sabe bailar, le echa la culpa al
piso.
Orson
Welles