Estas
son cosas que me pasan, que necesito contarlas por que si me he sentido tan
bien viviéndolas, mejor aún compartiéndolas...
Nunca
me han gustado los perros. Los que tuvimos en casa cuando era niña, le
pertenecían a alguno de mis hermanos y claro, yo compartía con las mascotas también,
pero nunca sentí un real cariño por ellas, más bien me daban mucho temor.
Mi mayor acercamiento individual con un perro se dio hace muchos años cuando alguien me regaló una perrita que fue muy especial para mí, pero que por diferentes circunstancias tuve que alejarme de ella, así que, para fines prácticos, no he tenido mucha experiencia en esto.
El año pasado, comencé a tener la idea de
querer un chihuahua (solo quería un chihuahua, ninguna otra raza) no se por qué,
pero esa necesidad comenzó a crecer.
Para mi cumpleaños, mi esposo e hijos me regalaron uno, lo quería negro,
pero vino color caramelo; quería hembra, pero el que recibí fue macho y ¡no
pudo ser mejor!.
Desde
entonces, algo raro ha pasado en mi.
Comencé a experimentar un amor que no había sentido antes por nada, me
hace feliz, me hace verdaderamente feliz.
Lo observo y veo en él cosas maravillosas. Puedo estar de muy mal genio
pero verlo jugar en el patio, masticar sus muñecos o poner sus orejas para
atrás, es suficiente para que mi genio cambie es ¡terapéutico! realmente lo
es. Y observar esos cambios en mi, me
impresionan. Es increíble lo
que mi perro aporta en mi vida. Me recuerda lo importante que
es observar los detalles de la vida, de los momentos; lo divertido que son las
cosas sencillas, lo fácil que puede ser sonreír, lo enriquecedor de entregarte
como niño a un ser que no hace nada más que hacerte sentir especial e incluso,
lo bien que le hace a la familia, aportando momentos de juego, de ternura, de
compromiso.
Algo
parecido me pasó hace poco cuando estaba buceando y mientras disfrutaba de
estar bajo el agua y ver toda esa maravilla, mi guía me toca el hombro para enseñarme
un caracol -de los grandes- mientras me lo señalaba y se acercaba a virarlo ya
que estaba sobre la arena, yo pensaba ¿me va a mostrar un caracol? ¿Qué podría
tener de nuevo?. Pues, tuvo ¡todo de
nuevo! Nunca antes había visto un caracol en su hábitat y sin duda no tiene
nada que ver con los miles de caracoles que encontramos en la playa y nos
ponemos en la oreja para escuchar "el sonido del mar" cuando éramos
niños. El color rosado que parece que sale de su interior, esta vez brillaba como
con luz propia, el animal trataba de protegerse, mientras yo me maravillaba de
la luminosidad y su tono casi fluorescente.
De lo que me hubiese perdido si lo dejaba pasar por alto pensando que
era algo típico que no me aportaría con nada nuevo.
Experimenté
algo similar, el día que fui a visitar a una querida amiga que había
dado a luz a su tercera hija. Cargué a
la bebé en los brazos y luego de pasearla se durmió, así que en lugar de
ponerla en la cuna, decidí acostarme yo y mantenerla en mi pecho, ¡si que no
sentía algo así hace tanto tiempo! fue como que me transportaban a un mundo de
paz total. Lastimosamente, no he podido
volver a ir, pero no olvido el sentimiento y lo maravillada que estuve al
sentirme así, a pesar de tener hijos, había olvidado lo que hacer eso
significaba.
Alguna
vez escuché decir que cuando dejas de asombrarte o de admirarte de las cosas,
estas casi muerto... Cuando experimento estas situaciones y muchas otras más, recuerdo este
pensamiento y reafirmo su verdad, son esas cosas pequeñas, cercanas, que a
veces pasan desapercibidas, las que nos recuerdan que en la sencillez de la
vida hay maravillas y que cuando una las descubre y se asombra de ellas, puede
vivir momentos plenos de alegría.
Uno pasa la vida buscando momentos felices,
esperando cosas excepcionales, cuando esos instantes están justo frente a uno y
pueden llevarte a experimentar una felicidad completa, solo toca observar y
maravillarse.
...O
como dice una querida profe de yoga "adbhuta".