lunes, 7 de octubre de 2013

ADBHUTA (Maravillarse)



Estas son cosas que me pasan, que necesito contarlas por que si me he sentido tan bien viviéndolas, mejor aún compartiéndolas...

Nunca me han gustado los perros. Los que tuvimos en casa cuando era niña, le pertenecían a alguno de mis hermanos y claro, yo compartía con las mascotas también, pero nunca sentí un real cariño por ellas, más bien me daban mucho temor.
Mi mayor acercamiento individual con un perro se dio hace muchos años cuando alguien me regaló una perrita que fue muy especial para mí, pero que por diferentes circunstancias tuve que alejarme de ella, así que, para fines prácticos, no he tenido mucha experiencia en esto.  
El año pasado, comencé a tener la idea de querer un chihuahua (solo quería un chihuahua, ninguna otra raza) no se por qué, pero esa necesidad comenzó a crecer.  Para mi cumpleaños, mi esposo e hijos me regalaron uno, lo quería negro, pero vino color caramelo; quería hembra, pero el que recibí fue macho y ¡no pudo ser mejor!.
Desde entonces, algo raro ha pasado en mi.  Comencé a experimentar un amor que no había sentido antes por nada, me hace feliz, me hace verdaderamente feliz.  Lo observo y veo en él cosas maravillosas. Puedo estar de muy mal genio pero verlo jugar en el patio, masticar sus muñecos o poner sus orejas para atrás, es suficiente para que mi genio cambie es ¡terapéutico! realmente lo es.  Y observar esos cambios en mi, me impresionan.  Es increíble lo que mi perro aporta en mi vida.   Me recuerda lo importante que es observar los detalles de la vida, de los momentos; lo divertido que son las cosas sencillas, lo fácil que puede ser sonreír, lo enriquecedor de entregarte como niño a un ser que no hace nada más que hacerte sentir especial e incluso, lo bien que le hace a la familia, aportando momentos de juego, de ternura, de compromiso. 

Algo parecido me pasó hace poco cuando estaba buceando y mientras disfrutaba de estar bajo el agua y ver toda esa maravilla, mi guía me toca el hombro para enseñarme un caracol -de los grandes- mientras me lo señalaba y se acercaba a virarlo ya que estaba sobre la arena, yo pensaba ¿me va a mostrar un caracol? ¿Qué podría tener de nuevo?.  Pues, tuvo ¡todo de nuevo! Nunca antes había visto un caracol en su hábitat y sin duda no tiene nada que ver con los miles de caracoles que encontramos en la playa y nos ponemos en la oreja para escuchar "el sonido del mar" cuando éramos niños. El color rosado que parece que sale de su interior, esta vez brillaba como con luz propia, el animal trataba de protegerse, mientras yo me maravillaba de la luminosidad y su tono casi fluorescente.  De lo que me hubiese perdido si lo dejaba pasar por alto pensando que era algo típico que no me aportaría con nada nuevo.

Experimenté algo similar, el día que fui a visitar a una querida amiga que había dado a luz a su tercera hija.  Cargué a la bebé en los brazos y luego de pasearla se durmió, así que en lugar de ponerla en la cuna, decidí acostarme yo y mantenerla en mi pecho, ¡si que no sentía algo así hace tanto tiempo! fue como que me transportaban a un mundo de paz total.  Lastimosamente, no he podido volver a ir, pero no olvido el sentimiento y lo maravillada que estuve al sentirme así, a pesar de tener hijos, había olvidado lo que hacer eso significaba.

Alguna vez escuché decir que cuando dejas de asombrarte o de admirarte de las cosas, estas casi muerto... Cuando experimento estas situaciones y muchas otras más, recuerdo este pensamiento y reafirmo su verdad, son esas cosas pequeñas, cercanas, que a veces pasan desapercibidas, las que nos recuerdan que en la sencillez de la vida hay maravillas y que cuando una las descubre y se asombra de ellas, puede vivir momentos plenos de alegría. 

Uno pasa la vida buscando momentos felices, esperando cosas excepcionales, cuando esos instantes están justo frente a uno y pueden llevarte a experimentar una felicidad completa, solo toca observar y maravillarse.
...O como dice una querida profe de yoga "adbhuta".