He de haber tenido 7 años o menos... recuerdo mover mis piernas sin parar para mantenerme a flote, sentir con temor que no podía "tocar piso", sabía que el fondo estaba muy, muy lejos de mí. Veía unas olas gigantes que se me acercaban y parecían tragarme. Y yo solo reía, quería más y más, porque a mi lado tenía a mi super héroe, al poderoso, al que me agarraba de la mano y me enseñaba cómo hundirme bajo la ola para que no me lastime... para que la disfrute (experiencia que la llevo como lección de vida para sobrellevar momentos difíciles). Mi papi nunca me soltó la mano, me agarraba fuerte y juntos nos sumergíamos una y otra vez, si me daba un poco de miedo, su cuello era mi boya salvavidas y lo cogía muy fuerte, yo sabía que él jamás me dejaría caer... Él era inmortal y me cuidaría siempre.
Las
más altas montañas rusas las subí con él; ir en el balde de la
camioneta de pie y con el aire en mi cara... junto a él; la moto a
toda velocidad, con él... y así, un sinnúmero de cosas cuando era
niña, incluso cuando mi mamá se enojaba, me escondía detrás de él
para evitar el correazo o el zapatillazo. No había miedo en mi
vida cuando él estaba a mi lado.
Luego
vendría la universidad, mi primer trabajo y mis primeros logros
personales, él solo decía: "¡pleno, negrita! Sigue así... tú
puedes", con su gigante sonrisa llena de pelos por su infaltable bigote. Él siempre de pocas palabras, pero demostrando total confianza en mí.
El
día de mi primer matrimonio, tampoco me soltó la mano durante todo
el trayecto de mi casa a la iglesia (camino eterno, pues, fuimos
juntos en un carro antiguo que no iba a más de 60 kms por hora).
Solo me miraba, sonreía y me apretaba la mano, como cuando estabamos
en el mar. Únicamente alcanzó a decir: "prométeme que serás
feliz" y yo se lo prometí.
No
duró para siempre. Y entonces, cuando vino mi divorcio, otra vez me regaló su sonrisa acompañada de esa mirada de confianza, de que todo pasaría. Nos escapamos a la playa y no solo agarró mi mano
nuevamente, sino también las de mis hijos. Pero esto sí que lo golpeó, mi pena y mi
sufrimiento las vivió en silencio y empezó su vejez. Mi roble
comenzaba a deshojarse. Él nunca me lo dijo, pero yo lo sé,
hizo suya mi tristeza.
En
esos momentos cuando la gente hablaba idioteces, como siempre hacen
cuando hay un divorcio, jamás me hizo sentir que desconfiaba de mí,
sus consejos fueron pocos y concretos, pero nunca con duda sobre mí.
Nuevamente estaba a mi lado para protegerme y no para juzgarme.
Cuando
quise llevar a mi hijos a Disney por primera vez y sola, pues, estaba
divrociada... él ya estaba cansado, pero sabiendo que iría sola con
ellos, hizo su mayor esfuerzo y nos acompañó junto a mi mamá a
vivir esta experiencia. Fue la úmtima vez que nos subiríamos
juntos a una montaña rusa. A pesar de que ya no se sentía como antes, su espíritu intrépido hizo que no se vaya de los parques
sin subirse a un juego, pero ahora él necesitaba de mí.
Escogió la de Hulk y nos divertímos nuevamente y agarrados de la
mano, como siempre, pero ahora él apoyado más en mí.
Llegó
el momento en que me casé nuevamente y su sonrisa cada vez que me ve
junto a Santiago me hace saber que está a mi lado. Cada vez
que pregunta por él, me hace saber que está contento y que si yo
soy feliz, él también lo es.
Pero,
a medida que los años van avanzando, la balanza va cambiando, tirando para mi lado, y cada vez él se hace más vulnerable...
Mi
héroe, el que superó la muerte de su hermano mayor cuando era un
niño, el que superó la separación obligada de su madre, el que
huyó de casa para buscarla y la encontró. El que terminó el colegio
por su propia decisión, pues, no tenía quién cuide de él. El que
empezó de cero a trabajar, sin saber nada, porque su padre y madre
habían hecho familias por su lado, y nunca fue a la universidad, pues, no tuvo tiempo: tenía que cuidarse y mantenerse. El que
consiguió a su princesa y se escapó con ella. El que sacó
adelante a su familia, al que nadie le regaló nada, el que quebró
junto al país las dos veces más fuertes de la historia y jamás
hizo que nos diéramos cuenta y nunca dejó de honrar una deuda. El
que siempre ayudó, a pesar de que siempre lo traicionaron, el que muy
rara vez tenía algo feo que decir de otra persona, el que se regía
a través de principios y valores que él solo se inculcó. El
invensible, el incansable, mi papi, ya iba perdiendo su fuerza y, por
primera vez, algo parece ganarle la batalla.
Pero es un roble y ya va por el segundo infarto y sigue parado, pensando
en cómo cuidará a mi mamá, en cómo hará pasa salir de esta y no
por èl, sino por los que él ama, y es que mi papi solo conoce una forma de vivir: luchando, sin queja, sin pena. Luchando para seguir dando de
él, ya que no conoce otra forma de ser y de vivir, que dando.
Ahora
su sonrisa, esa que me acompañó siempre, es para decirme que se le
está haciendo difícil esta vez, que está cansado. Es
entonces cuando me toca coger su mano y estar a su lado para
sonreirle yo y devolverle toda la confianza que él me dio. Y
no estoy sola, está mi madre, otro roble, a quién él ama como nunca
he visto antes y también están mis hermanos para apoyarlo, para
hacerlo sentir amado, para que sepa que no está solo, que es nuestra
oportunidad de entregarle todo lo que nos dio. Es momento de
que recoja la cosecha y se deje amar, es momento de que el roble
descance y otros hagamos el trabajo por él.
Es
tu momento, papito, ya no tienes que ser un roble. Es momento de recibir lo que te mereces y lo que has
dado siempre: amor. Ahora nos toca cuidarte y engreírte. Confía... ¡aquí estamos!
Es
mi momento de coger tu mano y hacerte sentir que juntos podemos y que
nos hundiremos nuevamente en el mar para agarrar esas olas gigantes y
reirnos de ellas. Si estamos juntos, de la mano, nada malo va a
pasar.
Gracias
por tanto.